lunes, 8 de febrero de 2010

Un Tambor Diferente

Cuando regresé del bar de mala muerte al que me metía automáticamente todos los viernes al dar las 4:05 de la tarde, la encontré en el umbral de mi crisis. Todo me parecía contradictorio. Si mi predisposición a cogerme al mundo me indicaba que simplemente me la cogiera, ¿por qué dudé? La conciencia nunca ha jugado un rol importante en mis decisiones impulsivas. Mi cuerpo, en su balance y armonía natural me da señales... ciertos impulsos.

Lo que la mayoría de la gente consideraría acciones impulsivas, acciones sin pensar, yo las considero acciones instintivas. Y es justo darle la razón a tu instinto. No quiero minimizar la importancia que tiene el cerebro, el pensamiento lógico. Pero existen más cosas. El problema es que el hombre insiste en sintetizar: entre menos, mejor. Si entiendo algo, ahí me quedo. Las zonas de confort, que les llaman.

En fin, el chiste es que no me la cogí. No seguí mi instinto, y sí seguí ciertos... lineamientos... ¿morales? Siempre me he quejado de la moral. Me parece una gran mentada de madre a las mentes y percepciones modernas, tener que sentirnos atados a mandamientos de sociedades del pasado. Sociedades que poco o nada tienen que ver conmigo. Pero no importa mi postura intelectual ante ella. Me atacó. Duro.

Le pedí -con esa vaga idea que tengo de lo que es ser un caballero- que se retirara. No tenía interés en tirármela. Había algo muy sucio en la idea de tener sexo con una... muerta... no-- no me juzguen. No es algo literal, a lo que me refiero es que se sentiría muerto, vacío. No sé. Creo que no tiene que ver ni mi cuerpo ni mi mente, ni nada metafísico en mi decisión y cambio. Es una tercera persona.

Se llama Cathy.

Me sacó de mi zona de confort.