jueves, 22 de septiembre de 2011

Wake Up Call

I was dreaming about her, as always. It was a great dream, man... I almost came in my pants, as I felt that last kiss on my neck. But everything ends.

It was nearly three in the morning when the shivers came back. It was, if I may say, one of the most intense wake up calls I've ever had. And that's saying a lot considering that ten years ago I once had to deal with real fucked up autistic adults as a... yes, same thing as now, as a night guard. Of course I sleep at my job... I'm a night guard not a fucking vampire. Anyways, I knew it was coming. I knew tonight was gonna be different.

It started with the wind. That unique, horrible, howling wind of forgotten places like these. It was wilder and nastier than ever and I could see the flower arrangements -the few of them outside my little fucking cabin- tumble down looking heavier than their actual weight but smaller than their actual size. I wouldn't go out and look after them. I'm the guard not a fucking cleaning lady.

Then the sounds. Sometimes I wonder if it's this place or if it's me. Man, I could swear I sometimes hear whispers. A woman whispering. But then again, the wind, the solitude, and the night can play some creepy jokes on you. But what about the steps outside the cabin? Those are unmistakable. At least for me they are. Fuck, I can differentiate human steps from dogs'. And I'm telling you, I don't care how badass you are, you can spend the whole night without even blinking, and sure enough... a little past two o'clock you will hear them. Those slow, heavy steps. They never fade... as if they had nowhere to go but needed to feel useful.

I fucking had to feel useful too, so I scratch my balls, look out the window, and step out the door. The wind calms down, the steps stop, and I see the girl of my dreams. The one that almost made me have my first wet dream ever. She was looking straight at me, with the saddest eyes as she casually stood on Mrs. Ernol's grave.

At the break of dawn, I'll grab my things and walk out... really walk out. Those walks in which the steps never fade.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Los Festejos Rotos

Salí de la puta cantina esa como cada puta temporada: con los ojos acuosos de coraje y el corazón a rajamadres. Se me ocurrían chingos de cosas pero nada parecía factible y mucho menos suficiente. "Los superlideratos no dan estrellas, títere", dijo uno de los pseudo-rayados usuales, esos entes cuyas palabras ya perdieron todo peso. Al salir a la calle con el calor sofocante de un Monterrey en el que día y noche ya son lo mismo, me imaginé como esperma cobijado por el escroto de mi padre. Debí haber sentido en ese entonces  -hace poco más de 29 años- lo que es un festejo apasionado, alcoholizado, y desenfrenado. Un festejo que fue el último de su magnitud, y que cuando me convertí en embrión-feto-hombre comenzó la imposibilidad eterna del mismo.

A unas cuadras, cerca de la Macroplaza, se escuchaban unos estallidos potentes, estallidos que -si no hubiera nacido yo- serían de celebración. Estallidos color oro y azul que significaban una felicidad desbordada. Ahora esos estallidos son usuales, son de a diario, son de lugar común. Son la melodía regia y significan, en mayor o menor medida, llanto y sangre.

Llevaba conmigo la última caguama de la noche envuelta en una bolsa de plástico corriente, muy delgado, de esos que se estrían al no poder con el peso de su interior. Mientras caminaba, el estruendo a la distancia evocaba mis épocas de niñez, cuando iba al estadio y se oía algo parecido ante cada gol de mi equipo. La cerveza caía de los cielos, las banderas -que en ese entonces eran cienporciento bienvenidas a los estadios- ondeaban formando un mar con olas textiles, y un grito colectivo formaba la presión suficiente para que aquél volcán eruptara violentamente. Eran épocas de Gasparini, de Alejandro Fabio Lanari, de Almaguer, del Toqui Castañeda, y de miles de aficionados que no preveían la sequía de triunfos que le quedaban por delante. Para mi, cada victoria, así fuera en partido amistoso, era un campeonato. Y háganle como quieran.

Hoy las cosas son diferentes. Ya no soy el niño que puede ir al estadio cada quince días.  El futuro que mi padre construyó para su hijo ahora se ve muy lejano. Un futuro que lo tuve en las manos y se desprendió entre mis pasiones y estupideces. Ahorita el dinero es para mis 4 hijos -todos rayados que han visto dos o tres campeonatos de su equipo, según el caso- y para mi alcohol. Veo a mi equipo religiosamente cada fin de semana, siempre con una cerveza obscura frente a mi y toda la seguridad de que, sin importar los jugadores o técnico en turno, ese partido será diferente. Que cambiará la historia, y detonará en mi equipo una garra y ambición inéditas desde aquellas grises épocas en las que yo, como vulnerable esperma, vibraba en el interior de mi padre.  Vibraba con las detonaciones de felicidad.

Las detonaciones. De felicidad.

Ahora una vibración se sentía en mi mano como si cada segundo fuera un minuto. Cuando volteé al piso vi mi caguama partida en mil pedazos... la bolsa rota, aún en mi mano... seguí caminando. Me aferré a la bolsa como si todo, todito, se pudiera componer. Y un líquido dejaba una estela de mi camino. Un camino eterno, un camino que a cada paso empañaba más mi destino. El puto destino de un puto perdedor.

Y el líquido me seguía. Cómo no te voy a querer, putamadre.

jueves, 3 de febrero de 2011

Me Volví, Te Miré, Y Tú Dijiste...

Terminaba, contundente y austera, la canción de Nacho Vegas. En ese mar de esferas con cabellos sudados y destellantes, sentí que mi respiración perecía uniformemente con la música. El bolsillo de mi pantalón no escondía nada nuevo: mi paquetempines. Dicho combo de embrutecedores del físico pero estimuladores de la mente constaba de dos churros de mariguana provenientes directamente de Vancouver, BC. La BC-Bud, como le llaman allá, es una mota fresca; el "greenthumb" no puede ser más acertado que en Vancity. 

Tenía unos gajitos de peyote conmigo. Siempre es bueno tenerlos al lado, porque al final del día siempre termino solo, y con The Doors taladrando mis neuronas. No sabes las imágenes, las voces, y todas aquellas sensaciones que nunca dejan de sorprenderte al usar tal milenario y ritualístico manjar. 

Siempre hay un orden. Hay un sistema preciso en mi uso del paquetempines, el cuál es completado por mi pequeña cantimplora llena -hasta el vómito- de tequila. Si soy obsesivo en algo, es en mi sistema de ingestión. Es perfecto, es exacto y muy recompensante.  Dicho sistema se vió entorpecido cuando, al terminar Mr. Vegas, la vi en todo su esplendor. Una mestiza preciosa. Fina. Sucia. Mojada. Sus pezones erectos se veían gloriosos ante lo pegado de su húmeda camiseta de tirantes, y eran enaltecidos por la elegante iluminación del escenario. 

La mujer se acercó hacia mí al tiempo que comenzaba "Cazador". Las predadoras notas de la rola parecían aumentar en volúmen ante cada paso de la bella mestiza. Detonado por un inédito rush de nerviosismo, me llevé un gajo de peyote a la boca.

El peyote es un cactáceo ejemplar. Magnífico. Cuando lo llevas a la boca, el sentimiento puede ser contrastante entre personas. Algunos lo sienten muy agresivo al paladar. Otros, como yo, lo sentimos perfectamente armónico. Su textura nopalezca se adhiere perfecto a tu lengua y se sienten almas gemelas. El Peyote nace en el suroeste de los estadosunidos y al norte de México, particularmente en San Luis Potosí. Aunque nada mejor que el de México, el de la Huasteca Potosina, mi favorito. Los Huicholes lo usan como rituales de meditación y se dice que un Huichol puede encontrar la mejor cabeza de Peyote con sólo lanzar una flecha hacia el sol y buscar en el lugar en que la flecha aterrice. Ya lo he intentado y nunca lo he logrado. Mi flecha nunca atina a dar siquiera con Peyote alguno. Siempre recurro a los indígenas de la zona, quienes son muy celosos de su fruto sagrado. A mí me conocen, hemos escrito juntos, hemos divagado juntos, y ahora me aman y yo los amo a ellos. Algún día quisiera llevar a esa hermosura mestiza a Real de Catorce, embriagarnos juntos, comer Peyote juntos, hacer el amor, como me gustaría hacérselo esta noche. 

Y al final, viéndola -o intentándolo- directamente a los ojos, le noté una tez mucho más blanca, y unos cabellos casi rubios, y balbuceó algo que no entendí al principio, pero estoy seguro que terminaba con: "...is not a door that closes, it opens."

Y entre las notas de Vegas que parecían sirenas de ambulancias, alcancé a escuchar el final de Michi Panero y la voz disolvente de Nacho diciendo: "Hasta nuuuuuuncaaaaaaaaaaa..."

domingo, 2 de enero de 2011

Oh, Those Heavy Days

It was one of those heavy days. Those fucked up days that seem to crush your soul. It felt like it was never gonna end. I woke up and immediately sensed the dreadful energy of past hangovers. I´m thirtyfuckingtwo years now. Fuck. And all alone. Like a fucking old, weary, forgotten toy. Like Woody, except that my woody doesn´t stand up anymore the way it used to. Aw, fuck. 

I had heard the stories. Of how your body wasn´t the same after thirty. I´d heard them allright. Except I never believed it. They talked about the twenty years crisis, and it never hit me. I went to the toilet right away. I had to get rid of the evil alcohols, those that don´t want to stay inside your body, well fuck them. Out they went and down the toilet they were flushed away. There was no food in my vomit, just a semi-transparent, yellowish liquid. And my nose sore like a motherfucker. 

It was my best birthday party so far. A party of loneliness. A party of no judgments other than those of my three loves: tequila, beer, and some whiskey to keep me going through the three thirty am frontier. I had to experience the sun coming out one more time. 

Because the sun is Idon´tknowhowmany millions of years old and still gets up full force every morning. I take my hat off and drink in its honor. 

Cheers. And goodbye.