domingo, 11 de octubre de 2009

En Un Hermoso Peregrinar

Y sí. La vi cruzando la calle e inmediatamente me dispuse a perseguirla.

No había un por qué. ¿Por qué nos obsesionamos con hallar razones para todo? Siempre he creido que son inútiles. Lo que a una persona le parece completamente lógico, razonable (¡qué abstractas palabras!), a otra le puede parecer lo más primitivo, enfermizo y obscuro. Yo no pierdo el tiempo en buscar razones para lo que por impulso me sale del alma (¿existe?).

Mejor me puse a perseguirla. Porque así se me antojó.

La seguí por avenidas principales (me sentía juzgado por las multitudes), por calles comerciales (¿es que la gente ya no concibe otra cosa qué hacer los fines de semana más que consumir?), por angostos y claustrofóbicos callejones (mucho mejor, ya tenemos algo en común), la seguía, a una distancia segura. Y ella continuaba su caminar, sin parar, sin voltear, como si tuviera su mira fija en algo que yo no podía adivinar.

Y sí, trataba de adivinar: me la imaginaba llegando por sus niños al kinder; o llegando a verse con su esposo, tener un beso improvisado a mitad de la calle que me recordara a Doisneau; o mejor aún, que llegara a dejar a sus niños con su esposo, se despidiera, se topara con su amante joven, bellísimo, dominante, y se dieran un beso improvisado a mitad de la calle que me recordara a Doisneau.

Nada, no esposos, no niños, no amantes, no besos improvisados. Sólo ella y su soledad en frente; yo y ella en frente. ¿Es que ella perseguía su destino? ¿Y yo? No sé. Tres horas de caminata apresurada cansan a cualquiera, hasta a un caminante empedernido como yo.

Pero ella seguía caminando a ese ritmo rapidísimo. Ella con su vestido corto que dejaba ver esa dulce celulitis de una mujer madura, de una mujer que ha vivido, que tiene mundo, y sobre todo que camina de a madre. Ella con sus zapatos de tacón que hacían presumir esa hermosa pantorrilla, como cantaba en alguna ocasión el grupo Bronco. Y yo con esas callosidades que me acalambraban como pequeñas descargas eléctricas. Cinco horas y no paraba.

Pero ¡¿Cómo dejar a alguien así escapar?! Yo la vi cuando salió de esa tienda de lencería. Yo que amo, que fantaseo con las mujeres que entran desinhibidamente a una tienda de lencería y se toman su tiempo en escoger tangas, medias, ligueros, brassieres. Esas mujeres que levantan esas prendas hacia la luz, y las ven, y se imaginan en ellas. Y mientras ellas lo hacen, yo con mi cigarro arrugado, fumándome casi el filtro, las imagino a ellas.

Imagino sus vidas, sus gustos... creo que la ropa interior de la mujer habla mucho de ella. Imagino todo de ellas desde antes de que se decidan a entrar a la tienda. Imagino y nunca atino. Pero esta vez fue mágico. Lo logré, vi la mirada perdida de esta hermosa cuarentona y me la imaginé en ropa interior.


Tenía esa imagen en mi cabeza, mezclándose con el humo de tabaco y filtro de mi cigarro. Y mientras la imagen se enfocaba, ella escogía esas prendas que se develaban ante mi fantasía. Escogía cada cosa que imaginaba y las metía en la bolsa.

¿Cómo dejar ir a alguien así?

No sé... llevo día y medio, y sigo caminando. Ella sigue ahí, delante de mí, a la misma distancia.

Ella camina y camina, y yo la sigo y la sigo. La vista de esa mujer humana, sin perfecciones, vale una eternidad de peregrinaje.

1 comentario:

  1. INSPIRING!
    He sentido ese sentimiento, es muy cabrón!
    ojalá sigas escribiendo este tipo de textos!

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