jueves, 3 de febrero de 2011

Me Volví, Te Miré, Y Tú Dijiste...

Terminaba, contundente y austera, la canción de Nacho Vegas. En ese mar de esferas con cabellos sudados y destellantes, sentí que mi respiración perecía uniformemente con la música. El bolsillo de mi pantalón no escondía nada nuevo: mi paquetempines. Dicho combo de embrutecedores del físico pero estimuladores de la mente constaba de dos churros de mariguana provenientes directamente de Vancouver, BC. La BC-Bud, como le llaman allá, es una mota fresca; el "greenthumb" no puede ser más acertado que en Vancity. 

Tenía unos gajitos de peyote conmigo. Siempre es bueno tenerlos al lado, porque al final del día siempre termino solo, y con The Doors taladrando mis neuronas. No sabes las imágenes, las voces, y todas aquellas sensaciones que nunca dejan de sorprenderte al usar tal milenario y ritualístico manjar. 

Siempre hay un orden. Hay un sistema preciso en mi uso del paquetempines, el cuál es completado por mi pequeña cantimplora llena -hasta el vómito- de tequila. Si soy obsesivo en algo, es en mi sistema de ingestión. Es perfecto, es exacto y muy recompensante.  Dicho sistema se vió entorpecido cuando, al terminar Mr. Vegas, la vi en todo su esplendor. Una mestiza preciosa. Fina. Sucia. Mojada. Sus pezones erectos se veían gloriosos ante lo pegado de su húmeda camiseta de tirantes, y eran enaltecidos por la elegante iluminación del escenario. 

La mujer se acercó hacia mí al tiempo que comenzaba "Cazador". Las predadoras notas de la rola parecían aumentar en volúmen ante cada paso de la bella mestiza. Detonado por un inédito rush de nerviosismo, me llevé un gajo de peyote a la boca.

El peyote es un cactáceo ejemplar. Magnífico. Cuando lo llevas a la boca, el sentimiento puede ser contrastante entre personas. Algunos lo sienten muy agresivo al paladar. Otros, como yo, lo sentimos perfectamente armónico. Su textura nopalezca se adhiere perfecto a tu lengua y se sienten almas gemelas. El Peyote nace en el suroeste de los estadosunidos y al norte de México, particularmente en San Luis Potosí. Aunque nada mejor que el de México, el de la Huasteca Potosina, mi favorito. Los Huicholes lo usan como rituales de meditación y se dice que un Huichol puede encontrar la mejor cabeza de Peyote con sólo lanzar una flecha hacia el sol y buscar en el lugar en que la flecha aterrice. Ya lo he intentado y nunca lo he logrado. Mi flecha nunca atina a dar siquiera con Peyote alguno. Siempre recurro a los indígenas de la zona, quienes son muy celosos de su fruto sagrado. A mí me conocen, hemos escrito juntos, hemos divagado juntos, y ahora me aman y yo los amo a ellos. Algún día quisiera llevar a esa hermosura mestiza a Real de Catorce, embriagarnos juntos, comer Peyote juntos, hacer el amor, como me gustaría hacérselo esta noche. 

Y al final, viéndola -o intentándolo- directamente a los ojos, le noté una tez mucho más blanca, y unos cabellos casi rubios, y balbuceó algo que no entendí al principio, pero estoy seguro que terminaba con: "...is not a door that closes, it opens."

Y entre las notas de Vegas que parecían sirenas de ambulancias, alcancé a escuchar el final de Michi Panero y la voz disolvente de Nacho diciendo: "Hasta nuuuuuuncaaaaaaaaaaa..."

2 comentarios:

  1. Yei! Hace rato que no nos contabas algo :) Siempre es bien cool leerte :D

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  2. amo como escribes pero no le entendi :(
    que ansiaa jaja

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