Y sí. La vi cruzando la calle e inmediatamente me dispuse a perseguirla.
No había un por qué. ¿Por qué nos obsesionamos con hallar razones para todo? Siempre he creido que son inútiles. Lo que a una persona le parece completamente lógico, razonable (¡qué abstractas palabras!), a otra le puede parecer lo más primitivo, enfermizo y obscuro. Yo no pierdo el tiempo en buscar razones para lo que por impulso me sale del alma (¿existe?).
Mejor me puse a perseguirla. Porque así se me antojó.
La seguí por avenidas principales (me sentía juzgado por las multitudes), por calles comerciales (¿es que la gente ya no concibe otra cosa qué hacer los fines de semana más que consumir?), por angostos y claustrofóbicos callejones (mucho mejor, ya tenemos algo en común), la seguía, a una distancia segura. Y ella continuaba su caminar, sin parar, sin voltear, como si tuviera su mira fija en algo que yo no podía adivinar.
Y sí, trataba de adivinar: me la imaginaba llegando por sus niños al kinder; o llegando a verse con su esposo, tener un beso improvisado a mitad de la calle que me recordara a Doisneau; o mejor aún, que llegara a dejar a sus niños con su esposo, se despidiera, se topara con su amante joven, bellísimo, dominante, y se dieran un beso improvisado a mitad de la calle que me recordara a Doisneau.
Nada, no esposos, no niños, no amantes, no besos improvisados. Sólo ella y su soledad en frente; yo y ella en frente. ¿Es que ella perseguía su destino? ¿Y yo? No sé. Tres horas de caminata apresurada cansan a cualquiera, hasta a un caminante empedernido como yo.
Pero ella seguía caminando a ese ritmo rapidísimo. Ella con su vestido corto que dejaba ver esa dulce celulitis de una mujer madura, de una mujer que ha vivido, que tiene mundo, y sobre todo que camina de a madre. Ella con sus zapatos de tacón que hacían presumir esa hermosa pantorrilla, como cantaba en alguna ocasión el grupo Bronco. Y yo con esas callosidades que me acalambraban como pequeñas descargas eléctricas. Cinco horas y no paraba.
Pero ¡¿Cómo dejar a alguien así escapar?! Yo la vi cuando salió de esa tienda de lencería. Yo que amo, que fantaseo con las mujeres que entran desinhibidamente a una tienda de lencería y se toman su tiempo en escoger tangas, medias, ligueros, brassieres. Esas mujeres que levantan esas prendas hacia la luz, y las ven, y se imaginan en ellas. Y mientras ellas lo hacen, yo con mi cigarro arrugado, fumándome casi el filtro, las imagino a ellas.
Imagino sus vidas, sus gustos... creo que la ropa interior de la mujer habla mucho de ella. Imagino todo de ellas desde antes de que se decidan a entrar a la tienda. Imagino y nunca atino. Pero esta vez fue mágico. Lo logré, vi la mirada perdida de esta hermosa cuarentona y me la imaginé en ropa interior.
Tenía esa imagen en mi cabeza, mezclándose con el humo de tabaco y filtro de mi cigarro. Y mientras la imagen se enfocaba, ella escogía esas prendas que se develaban ante mi fantasía. Escogía cada cosa que imaginaba y las metía en la bolsa.
¿Cómo dejar ir a alguien así?
No sé... llevo día y medio, y sigo caminando. Ella sigue ahí, delante de mí, a la misma distancia.
Ella camina y camina, y yo la sigo y la sigo. La vista de esa mujer humana, sin perfecciones, vale una eternidad de peregrinaje.
domingo, 11 de octubre de 2009
viernes, 18 de septiembre de 2009
Visitas

¿Será cierto eso de la reencarnación? No sé. Lo que sé acerca de ese concepto es que de una manera u otra muchas sociedades/culturas/religiones en la historia han teorizado acerca de ella. Conozco la nobleza inherente en el budismo, cuyos seguidores dan por sentado el viaje cíclico del alma hasta alcanzar el estado puro y de clímax: el nirvana. Sé que el concepto ha sido parte de innumerables premisas de filmes a lo largo de la joven historia cinematográfica.
Sé que la mayoría de las nuevas generaciones han crecido y están creciendo con una obsesión por lo alternativo y por diferenciarse. Entre esa obsesión, se encuentra soldada la resistencia a cierta religión. El ateísmo se ha convertido en una moda. Se ha convertido justo en lo que muchos de los ateos huían.
Sé que yo soy católico por educación y por familia. Sé que he configurado mi Jesús personal en el cuál quiero creer. Me impora un carajo la iglesia, los sacerdotes y cualquier humano e institución que crea que lleva mano en ámbitos religiosos y que imponga reglas, interpretaciones, simbolismos, etc. Y quiero creer en un más allá, en que la muerte, cómo dice el Cristo Scorsesiano: "Is not a door which closes. It is a door which opens".
Tengo pláticas esquizofrénicas con mis muertos. Les hablo y trato de imaginar qué contestarían. ¡Pero quizás no imagino! Creo que hay algo totalmente arraigado en el inconsciente colectivo mexicano que tiene que ver con una relación estrecha con la muerte. Y esto va más allá del estereotipo.
He escuchado todo tipo de historias sobre fantasmas. De pequeño, tenía una obsesión con escuchar este tipo de historias y no poder dormir por las noches. Ahora añoro esas horas de sueño perdidas. Pero esas horas en vela no era tiempo tirado a la basura. Eran horas en que imaginaba lo que había escuchado, en imágenes. También eran horas de reflexión y un prematuro análisis. Muchas de las historias que más me preocupaban y perturbaban eran las que tenían que ver con visitas de familiares muertos.
Hace algunas semanas me encontraba caminando rumbo al departamento. El ruido de la ciudad se ha vuelto aplastante considerando la cantidad de historias y personajes moviéndose y actuando en mi cabeza. Fue en esa ocasión que ocurrió algo que puedo relacionar con la visita de alguien. O al menos quiero relacionar con la visita de alguien. Venía caminando y estaba a una cuadra de llegar a mi destino cuando se cruzó por mi camino una señora que trotaba con su perro boxer blanco, con una mancha negra en el ojo derecho. Yo me quedé observando al perro porque simplemente no puedo dejar de ver a esos animales. Cuando ellos cruzaban por su cera y yo cruzaba hacia la de enfrente, ese perro me volteó a ver. Y cuando cruzamos miradas, el perro no volvió a mirar al frente. Se me quedó viendo y yo me le quedé viendo. Y el perro ya no trotaba, sólo me observaba, y alcanzabas a ver nostalgia en su mirada. De esas cosas que simplemente sientes. Así caminamos por toda la cuadra, él desatento al trote, y yo fascinado por la experiencia.
Tengo una foto en la que aparezco encarnado en un niño de 4 años junto a un pasillo que daba al patio de una casa clasemediera. Yo aparecía con una sonrisa que no me he vuelto a ver en ninguna otra foto hasta ahora: es que eran los tiempos en los que las emociones salían sin filtraje. Y detrás de mi, con una mirada nostálgica, pesada, observándome, aparecía El Pirata, mi primer perro: un boxer blanco con una mancha negra en su ojo derecho.
Creo que si me hubieran tomado una foto hace unas semanas, mientras eso ocurría, habría repetido esa sonrisa pura y genuina.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
I Want My Scalps!
Empecemos por el principio. La película es algo que ya podría empezar a catalogarse como Tarantino Flick. Sí, es un subgénero, y mucha gente que no sea Tarantino puede intentar hacer una Tarantino Flick. Esa etiqueta lleva consigo un fuerte bagaje a cuestas.
¿Qué esperar?
Pueden venir muchas cosas a la cabeza: una buena historia, excelentes diálogos (ya también llamados tarantinescos en el argot académico), personajes memorables, guiños al cine mismo, increíble combinación de score o soundtrack con las imágenes, división por capítulos, entre otras cosas. La verdad es que aunque todas esas cosas vengan a la cabeza, la única cosa que uno sabe que puede esperar de una película de Tarantino es que sea genuinamente divertida.
Tarantino hace películas con el espectador en mente. Sabe que le gustaría hacer la mejor película que el pueda imaginarse viendo. En el caso de Inglourious Basterds, Tarantino no desentona en lo más mínimo. Nos presenta, como la campaña publicitaria pregonaba, su visión de la Segunda Guerra Mundial. Con esta película tomó un contexto, y ciertos personajes, y se dedicó a utilizarlos como parte de su película de ficción.
Inglourious Basterds es una película sobre un grupo de soldados judíos-gringos conocidos como "The Basterds", liderados por el teniente Aldo Raine (una finísima caricatura interpretada por Brad Pitt), que son elegidos para masacrar nazis y "juntar 100 cueros cabelludos nazis por soldado", en la Francia ocupada.
No me voy a meter en detalle sobre la trama y la subtrama, porque sería arruinar el factor sorpresa. Con la premisa básica del film, y con lo visto en los avances, uno puede imaginarse todo un rush adrenalínico a lo largo del film. La verdad es que esto no sucede. La película tiene largas secuencias de diálogos muy al estilo de su director, y las locaciones, en general, casi casi se cuentan con los dedos de las manos. No es una película de guerra, insisto, es una Tarantino Flick.
Inglourious Basterds es una película que con sus dos horas y media de duración, me dejó con ganas de más. Te quedas con ganas de más Basterds, de más Nazis, de más Brad Pitt y de más Christoph Waltz (WOW), de más brutalidad, de más cueros cabelludos, de más.
Otra cosa, y es jugar al profeta sin crédito, pero realmente creo que la película tiene escenas que en unas décadas serán clásicas.
"I think this might just be my masterpiece..." Con todo respeto, Sr. Tarantino, no lo creo, pero no hay duda que usted tiene estilo. Y mucho.
¿Qué esperar?
Pueden venir muchas cosas a la cabeza: una buena historia, excelentes diálogos (ya también llamados tarantinescos en el argot académico), personajes memorables, guiños al cine mismo, increíble combinación de score o soundtrack con las imágenes, división por capítulos, entre otras cosas. La verdad es que aunque todas esas cosas vengan a la cabeza, la única cosa que uno sabe que puede esperar de una película de Tarantino es que sea genuinamente divertida.
Tarantino hace películas con el espectador en mente. Sabe que le gustaría hacer la mejor película que el pueda imaginarse viendo. En el caso de Inglourious Basterds, Tarantino no desentona en lo más mínimo. Nos presenta, como la campaña publicitaria pregonaba, su visión de la Segunda Guerra Mundial. Con esta película tomó un contexto, y ciertos personajes, y se dedicó a utilizarlos como parte de su película de ficción.
Inglourious Basterds es una película sobre un grupo de soldados judíos-gringos conocidos como "The Basterds", liderados por el teniente Aldo Raine (una finísima caricatura interpretada por Brad Pitt), que son elegidos para masacrar nazis y "juntar 100 cueros cabelludos nazis por soldado", en la Francia ocupada.
No me voy a meter en detalle sobre la trama y la subtrama, porque sería arruinar el factor sorpresa. Con la premisa básica del film, y con lo visto en los avances, uno puede imaginarse todo un rush adrenalínico a lo largo del film. La verdad es que esto no sucede. La película tiene largas secuencias de diálogos muy al estilo de su director, y las locaciones, en general, casi casi se cuentan con los dedos de las manos. No es una película de guerra, insisto, es una Tarantino Flick.
Inglourious Basterds es una película que con sus dos horas y media de duración, me dejó con ganas de más. Te quedas con ganas de más Basterds, de más Nazis, de más Brad Pitt y de más Christoph Waltz (WOW), de más brutalidad, de más cueros cabelludos, de más.
Otra cosa, y es jugar al profeta sin crédito, pero realmente creo que la película tiene escenas que en unas décadas serán clásicas.
"I think this might just be my masterpiece..." Con todo respeto, Sr. Tarantino, no lo creo, pero no hay duda que usted tiene estilo. Y mucho.
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