martes, 19 de octubre de 2010

Ventana Agua Bebé Moviendo (ó CÍRCULOS COMPLETOS EN UN FILM BY BRAKHAGE)


No soy un experto en cine experimental. No soy lo suficientemente culto para que la ventana de interpretación tenga posibilidades infinitas. No soy un conocedor de los movimientos artísticos. Desconozco muchos clásicos del cine narrativo. Muchos filmes experimentales a mi me dicen absolutamente nada. No conozco a Stan Brakhage a profundidad.

Sin embargo Stan Brakhage me habló -y me habló fuerte- con su poético, primitivo y hermoso film "Window Water Baby Moving."

Siempre he tenido una obsesión con los ciclos que las personas no completan ya sea por evasión, o porque genuinamente les son imposibles de completar. Obviamente no era consciente de esto, o más bien no lo habría podido articular si no hubiera sido por dos personas en específico: Guillermo Arriaga, y Stan Brakhage.

Guillermo Arriaga menciona en sus conferencias su afición a la cacería. Pero no lo hace por el simple hecho de matar por matar. Sabe que somos cazadores naturales y matar está en nuestro ADN colectivo. Sabe que hemos abandonado esa práctica no por horror genuino, sino porque ya nos es cómodo conseguir nuestra comida en cualquier tienda. Y, sobre todo, sabe que si se va a comer un animal, lo menos que puede hacer por él es matarlo él mismo, y destriparlo él mismo. Ensuciarse las manos. Cerrar un ciclo que nadie quiere cerrar.

Brakhage, por su cuenta, hizo un hermoso cortometraje que habla sobre un ciclo que nosotros como sociedades civilizadas, obsesivas compulsivas, estériles, miopes y sobre todo cobardes constantemente evadimos: la vida. Nos encanta vivir, nos encanta emborracharnos, nos encanta comer, nos encanta coger, nos encanta jugar. Pero presenciar un nacimiento no es tan placentero. ¿Eso no es parte de la vida? ¿Es que acaso estamos huyendo de ver y de aceptar la imagen de un parto? Queremos que las personas sean simples productos que te entregan ya limpias, presentables, sin ninguna evidencia de su natural primer refugio.

Brakhage nos pone frente a frente con uno de los más conocidos eventos en la vida del hombre: el nacimiento. Tan natural es, que en este mundo artificial se nos hace tan ajeno. Tan hermoso es, que en este mundo dónde los estándares de hermosura están por los suelos se nos hace horroroso.

Pero Brakhage logra imágenes hermosísimas. Logra encontrar el equilibrio perfecto entre paz/caos, calma/temor. Éstas dos combinaciones son -sólo teorizando al respecto- lo que podría definir el estado emocional de las personas directamente relacionadas con un alumbramiento. El realizador nos pone ante estas contratantes rutas emocionales, pero lo hace en un estilo que se podría definir con aquello de lo que el humano ha intentado alejarse lo más posible: la crudeza. Todo lo hacemos "limpio," "controlado," nos alejamos del animal que somos para convertirnos en una especie de ente artificial.

En la muerte no se nos permite tener al cuerpo tal cual. No se nos permite tocarlo por última vez, besarlo, percibir su aroma fúnebre. No se nos permite sentirlo. En el nacimiento se hace lo posible para evitarle el acceso visual a la madre. El recién nacido sale expulsado entre sangre, y fluidos, pero se entrega a la madre lo más limpio posible. Y los demás hacemos miles de cariños a los bebés que cada vez se convierten en cosas que no tienen por qué ser, y le damos la espalda a la imagen invaluable del bebé en su más natural y original estado: fresco, puro, sin ningún tipo de mediación social.

Brakhage va más allá del comentario y llega a predicar con el ejemplo. No son personas aleatorias los que son devorados por su voraz y poética cámara. Brakhage filma y actúa. Su mujer es la que da a luz: es su vientre, es su vulva la que está expuesta, son sus gestos de dolor, y el producto es su hijo.

Es ella y él en su atesorado momento...
Y la cámara…
Y la ventana, y el agua, y el bebé, y el movimiento.
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